jueves, marzo 30, 2006
María Lainá
No puede entregarse a nadie
y eso ella lo sabe sin querer
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Se había enredado en el sentido
de una palabra inoportuna
-¿y qué importancia tiene ahora?-
Cuando llena de miedo y de tristeza
se volvió a mirar a los otros
la palabra había crecido.
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María se detiene
calla en silencio.
Hermosa luz del día.
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María, ante ella misma
con el cuerpo sumergido hasta la cintura.
Si decidiera quedarse o irse
estaba allí.
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Cualquier alusión a ella
acabará en melancolía
no porque caiga blandamente la noche
sino porque aún se mortifica por ella.
Saliendo de la ladera del camino
intentó no fijarse en el silencio.
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No piensa ver a nadie.
La mayoría de las veces
su amor fue desdichado.
María Lainá (Patras, Grecia, 1947-)
Imagen: Grabado de Rembrandt
domingo, marzo 19, 2006
LA CASA JUNTO AL MAR
La casa junto al mar
Las casas que tenía me las quitaron. Ocurrió
que fueron años bisiestos: guerras, devastación, exilios.
Unas veces el cazador encuentra aves de paso
otras, no. La caza
en mis tiempos era buena, el plomo pilló a muchos.
Otros andan sin rumbo o enloquecen en los refugios.
No me nombres a la alondra ni al ruiseñor
ni al diminuto aguzanieves
que traza figuras con su cola en la luz.
No sé mucho de casas,
sé que tienen su linaje, nada más.
(...)
No sé mucho de casas,
recuerdo sus gozos y sus penas
cuando me detengo alguna vez en mi camino;
incluso alguna vez junto al mar, en alcobas vacías
con una cama de hierro, sin nada mío,
contemplando la araña crepuscular pienso
que alguien está a punto de llegar, que lo visten
de ropas blancas y negras, con aderezos multicolores
y que en torno suyo hablan quedo mujeres venerables
de pelo ceniciento y encajes sombríos,
que se apuran por venir a despedirme;
o queu na mujer de mirada chispeante y fino talle,
de regreso de puertos meridionales,
Esmirna, Rodas, Siracusa, Alejandría,
de ciudades cerradas como cálidos postigos,
con perfume de frutos dorados y de yerbas,
va subiendo los peldaños sin ver
a los que se han dormido bajo la escalera.
Tu sabes que las casa se enojan en seguida cuando las
desnudas.
Georgios Seferis
Las casas que tenía me las quitaron. Ocurrió
que fueron años bisiestos: guerras, devastación, exilios.
Unas veces el cazador encuentra aves de paso
otras, no. La caza
en mis tiempos era buena, el plomo pilló a muchos.
Otros andan sin rumbo o enloquecen en los refugios.
No me nombres a la alondra ni al ruiseñor
ni al diminuto aguzanieves
que traza figuras con su cola en la luz.
No sé mucho de casas,
sé que tienen su linaje, nada más.
(...)
No sé mucho de casas,
recuerdo sus gozos y sus penas
cuando me detengo alguna vez en mi camino;
incluso alguna vez junto al mar, en alcobas vacías
con una cama de hierro, sin nada mío,
contemplando la araña crepuscular pienso
que alguien está a punto de llegar, que lo visten
de ropas blancas y negras, con aderezos multicolores
y que en torno suyo hablan quedo mujeres venerables
de pelo ceniciento y encajes sombríos,
que se apuran por venir a despedirme;
o queu na mujer de mirada chispeante y fino talle,
de regreso de puertos meridionales,
Esmirna, Rodas, Siracusa, Alejandría,
de ciudades cerradas como cálidos postigos,
con perfume de frutos dorados y de yerbas,
va subiendo los peldaños sin ver
a los que se han dormido bajo la escalera.
Tu sabes que las casa se enojan en seguida cuando las
desnudas.
Georgios Seferis
Ensueño
Ensueño
Duermo y mi corazón está en vela:
contempla las estrellas en el cielo y la barra
y cómo se cuaja de flores el agua en el timón.
Georgios Seferis
Duermo y mi corazón está en vela:
contempla las estrellas en el cielo y la barra
y cómo se cuaja de flores el agua en el timón.
Georgios Seferis
viernes, marzo 10, 2006
Lamentación en la ciudad de aire
miércoles, marzo 08, 2006
Desesperanza
Lo que queda de mí
(¿Por qué, después,
lo que queda de mí
es sólo un anegarse entre cenizas
sin un adiós, sin nada más que es gesto
de liberar las manos?)
Julio Cortázar
lo que queda de mí
es sólo un anegarse entre cenizas
sin un adiós, sin nada más que es gesto
de liberar las manos?)
Julio Cortázar
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